sábado, 17 de septiembre de 2011

La libertad de [...]

          Me siento libre; soy libre. Como si estuviese muerto. Pero vivo. Sin ataduras, sin motivos, pero insaciable. A penas es concebible. Palpito de pensarlo, de sentirlo, de vivirlo. Mi corazón late rápido por el simple hecho de mi existencia. Palpita. Estoy vivo.

          Viajo por los sinsentidos de un mundo al que veo desde las alturas, como el águila, como un ave rapaz que sobrevuela las increíbles y majestuosas montañas; las personas, el ambiente, el entorno. Todo me apasiona. Las vistas son infinitas; y yo, me alzo sobre ellas.

          Quizás este atrapado en un vuelo interminable, indefinido. Condenado a vagar por la existencia. Pero sonrío. Soy soberano de mi vuelo. Dueño de mi viaje, de mi. Exhalo complacido, la sensación, casi orgásmica, mantiene el concierto de mi corazón. O tal vez sea el desconcierto: desequilibrado, azaroso, caprichoso. Todo es demasiado inmenso, demasiado grandioso. Al alcance de cualquiera, pero no destinado a todos ellos.
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Escrito automático.

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