viernes, 30 de marzo de 2012

Mi dolor

          Me siento completamente desagarrado por todo aquello que me rodea. Cada vez me cuesta más sentirme a gusto en una situación normal y noto cómo necesito crear algo diferente e inesperado para estar conforme. Noto al monstruo golpeando en las paredes de mi interior, ansioso por salir y quitar de en medio a aquellos que tan nervioso le ponen. El monstruo sigue haciéndose más fuerte y yo no soy capaz de hacer nada para evitarlo, ya que en mi propio goce está la creación de este.

          Cada vez se me hace más difícil acercarme al otro. En distintas ocasiones me hallo frente al abismo que me separa de mis compañeros, y en ese momento soy consciente de que mar de situaciones nos separan: padres, colegio, amigos, parejas, familia, enfermedades, oportunidades... En un mundo donde la gente destaca por sus diferencias, ¿hay espacio para la conexión humana?

          Sufro constantemente la diferencia de base entre mis compañeros: ellos aprenden ahora lo que me enseñaron antaño; yo aprendo ahora cosas que para el resto parecen obvias. Me sorprendo a cada paso de mi superioridad y de mi ignorancia. Todo está demasiado lleno y a la vez demasiado vacío. Ya no es cuestión de elegir al yo o al resto, es cuestión de que el resto quizá no sepa ver lo positivo en ti. Qué importará la evolución si después son los demás quienes juzgan dicho progreso. ¿Habremos de evolucionar en función a nuestros semejantes? ¿Quienes son nuestros semejantes?

          El mar de dudas siempre fue una constante, pero éstas comienzan a tornarse puntiagudas y afiladas. El tiempo perdido, las capacidades ignoradas, vuelven de la nada para increparte el haber desperdiciado potencial en ti en vez de en agradar al resto. Y tú, ahí pasmado, te preguntas cómo diablos puedes pensar eso, cómo después de tanta seguridad tratas de echarlo todo por tierra. Todo tu individuo, toda tu evolución, echada a perder por los demás, por tu deseo y necesidad del resto.

          Es absurdo, lo sé, pero después de dieciocho años sigo sintiéndome igual que cuando era un niño. Ignorante, maleducado, insuficiente a los ojos de la gente capacitada. La inseguridad de mi juventud temprana vuelve con la potencia que la edad me ha dado. La dualidad entre plenitud y vacío me hace temblar frente a la incapacidad de encontrar respuestas.

          Así pues no puedo esperar más que seguir como hasta ahora, con más conocimientos, más inteligente, pero siempre en el mismo paradigma, siempre en el mismo punto. Quizá el determinismo sea la mejor de las posturas y nuestra evolución no sea más que una ilusión. Quizá sólo sea una cuestión de tiempo. Pero entonces, ¿qué mérito tiene?

martes, 13 de marzo de 2012

La necesidad

          La vida son necesidades insatisfechas. No hay nada más duro, pero tampoco nada más real. La belleza que procura el exterior nos hace anhelar realidades ajenas a nosotros; deseamos poseer todo aquello que no tenemos. Si se es inteligente, cuanto más difícil y extraño supone lo otro, más se retuerce y vira nuestro deseo. Apenas hay ningún control sobre las cosas que queremos. No sé si me explico: sólo se quiere lo que no se tiene. Conforme se tiene, se olvida; y cuanto más queda por conseguir, más amamos.

          Me dijo el camarada una vez: "Sólo podemos conocer lo que amamos". En un primer momento le discutí, y pensé que aquello nos dejaba en una postura demasiado desnuda y vulnerable. Tras la maduración de dicha idea, me doy cuenta de que no hay refutación posible: sólo entregándonos, sumergiendonos en lo que el sentimiento nos produce somos capaces de observar nuestro verdadero yo, y en particular, la esencia de lo amado.

          Para nada estoy hablando del amor entre un hombre y una mujer. Una postura que destile amor es aquella en la que nosotros nos entregamos a lo diferente en pro de satisfacer. No sorprende que en esta época donde el individuo se encuentra mutilado, las respuestas respecto al amor sean, cuanto menos, deformes. Nada hace crecer más a la persona que poder valorar y apreciar lo ajeno. Así pues, el amor es fundamento indispensable el paradigma del individualismo. No podemos esperar nada mejor de nosotros si no somos capaces de hacer nada mejor por los demás, que son el único árbitro objetivo de nuestra existencia. No hay nada malo en esforzarse para agradar a la gente que valoramos.

          Seguimos, en cambio, sin resolver nada, sin llegar a ninguna solución del problema, que no es otro que intentar vivir en paz con el resto. Porque ahí está el verdadero enigma, donde se presentan la ingente cantidad de respuestas posibles y válidas.

          Si el solipsismo fuese cierto y toda realidad fuese creada por nosotros mismos, no habría mayor dificultad: aceptaríamos nuestro individuo como medida de todas las cosas y punto. Esto supone ignorar demasiadas verdades empíricas y, por supuesto, menospreciar todo lo que nos rodea; en un momento esto pudo tener sentido, pero ahora ya no. Debemos buscar una respuesta que consiga satisfacer tanto nuestras necesidades como las del medio, que en nuestro caso son los demás. No podemos obviarnos a nosotros ni a los demás. No hay nada más importante que estas dos cosas; quizás no haya nada más. Así nace pues la importancia de una individualidad y una socibilidad sanas, sin prejuicios ni perjuicios, capaces de cambiar, de querer, de sentir. Solo andando con estas dos compañeras podremos crearnos fuertes, con vigor, capaces de superar la verdadera dificultad que supone querer; capaces también de entender el sentido que esto tiene frente a la misma soledad. Si olvidamos la importancia de alguna caeremos en una rápida y súbita decadencia.

          Cambiamos, olvidamos, destruimos y volvemos a crear; nuestra subjetividad cambia en cada instante. Por otro lado, la linealidad de nuestra vida, y en cierta medida de nuestro entorno, siguen como constantes en toda esta ecuación. Todos estos nuevos textos, estas diferentes posturas, pueden ser más brumosas, menos claras e incluso más infantiles. Sin embargo no puedo ignorar toda esta nueva información que continuamente recibo. Solo yo y tú tenemos la capacidad de conmovernos. La realidad sigue sorprendiéndome a cada momento y deberíamos preocuparnos en abrazar este sentimiento.

jueves, 8 de marzo de 2012

Subjetividad y engaño

          Últimamente pongo en duda todo lo que se refiere a mis capacidades, a mi potencial. Olvidé, empiezo a dudar, qué capacidades eran parte del personaje y cuáles son mías. No tengo una división muy clara de qué cosas soy capaz de hacer y cuáles son obra de mi imaginación. Pongo en duda la utilidad de todo lo aprendido hasta ahora, y me pregunto si estuve engañado, o simplemente descansando.

          Todo se desdibuja demasiado. La capacidades a obtener y desarrollar en nuestra persona en un momento determinado, ¿tendrán alguna utilidad en el yo futuro? ¿Hay algún conjunto de actitudes que han de mantenerse como constante? Cada vez me planteo más la importancia de lo acontecido hasta ahora, y me pregunto si no empezará ahora el ruedo.

          Es importante ser conscientes de nuestro tiempo, del tiempo que nos queda en determinadas situaciones. Ya no hablo simplemente de que tú mueras, sino de que un paradigma termine: un curso, una relación, una primavera... Todo termina y se lleva con ello algo único e irrepetible. Llego a tener verdadero miedo cuando pienso que una etapa se llevará consigo personas y situaciones preciadas, como ya pasó otras veces.

          El sentimiento de incapacidad también resulta increíble. La simple concepción de la realidad, en el sentido más subjetivo de la palabra, condiciona en cierta manera la realidad misma. ¿Se es más capaz cuando uno se cree capaz? ¿Considerar que no se tiene cierto poder disminuye tu capacidad para ejecutarlo? La subjetividad me trae de cabeza. Quizás el engaño forme parte esencial de nuestra enseñanza; quizás necesitemos de mentiras para poder evolucionar correctamente.

domingo, 4 de marzo de 2012

Fingir y sentir: nuestra generación

          Tengo un mar, un torrente, una cascada de sentimientos que nunca he sabido muy bien como expresar. He sido una persona llena de impulsos, emociones y pasiones que siempre se ha preguntado cuál es la forma óptima de ser. Cuáles han de ser nuestras decisiones, cuáles han de ser nuestras posturas... No sé a quién he de querer porque todo me parece relativo. Cuando decido a quién odiar, al final siempre termino sintiendo remordimiento. Todo se me hace demasiado sentido y difícil. ¿Se puede ser malo cuando uno quiere rendir cuentas?

          Todo esto no me importaría lo más mínimo si fuese una persona como otra más. Cuando se está diluido entre las acciones de cientos de personas, tus fallos, tu forma de ser no será juzgada con tu persona como principal imputado, sino que los fallos de tu voluntad serán repartidos entre toda la gente que actúe como tú. Sin embargo, todo lo que atañe a mis posturas, a mis deseos, a mi voluntad está intrínsecamente relacionado conmigo y mis influencias. No podré culpar a nadie más que a mi cuando las cosas vayan mal, en contra del resto de gente que busca continuamente en quién descargar sus males.

          Siempre he tenido la sensación de que debo demostrar algo. Tengo la necesidad de demostrar que todas mis posturas son compatibles con una vida digna y plena. Quiero ver como la vida sigue su camino y yo sigo con ella, quizás desde lejos, expectante y cínico, pero siempre vivo y con fuerzas. Sin duda alguna quiero que la gente me juzgue con el tiempo.

          Cuando quieres a las personas nunca se sabe como actuar. Quieres que tus posturas impresionen, te hagan interesante, con cierto morbo, incluso despiadado. Por otro lado tienes que parecer una persona bondadosa, dulce y amable. Es realmente difícil gustar a la gente hoy en día. Hay tantas ramificaciones de la personalidad, hay tantas formas distintas de enfrentarse a la realidad que, cuanto más se diferencie uno, el número de individuos con los cuales te puedas relacionar se reduce exponencialmente. Antaño no había posibilidad de gente que conociese tantas cosas diferentes, y por lo tanto, el denominador común era mucho más general.

          Muchos tomamos la resolución de fingir para tratar de vivir en paz. Es la forma más fácil de agradar al resto, de evolucionar, de ser todo lo que se quiere y quieren de ti. Con un poco de esfuerzo y táctica se puede conseguir casi cualquier cosa dentro de este campo. Pero de nuevo nos encontramos frente a la tesitura de una realidad controlada y fría, aburrida. ¿Hasta que punto a una persona tan llena de vida y sentimientos le puede llenar una realidad fingida? Sé que muchos de vosotros también sois así, no estoy hablando para nada sólo de mi.

          ¿Cómo hemos llegado al punto en el que fingir se vuelve la postura adecuada? ¿Hasta qué punto nos hemos convencido para mantener unas posturas y actitudes? Pienso continuamente en que siempre concebimos en una realidad juzgada por la gente del presente, y esto nos preocupa; craso error. Nuestros actos, nuestra realidad será juzgada por la gente de un futuro cercano, por gente que estudie nuestra época, no por nuestros padres. Es decir: nuestra vida será juzgada por gente más parecida a nosotros que a la que actualmente nos impone ciertos valores.

          Esta idea se me hace difícil de expresar: somos una generación. Nosotros creamos una realidad que después será estudiada de una manera abstracta, pero en cualquier caso, nueva. Los hippies de los '60, el punk de los '80, el estilo que empieza a destilar los '90... Todos implican realidades nuevas. Nosotros no vamos a ser, a ojos del futuro, ni hippies, ni punkis, ni rockeros... ¡Nosotros estamos creando las nuevas tribus sociales! No sé si se me entiende.

          Somos únicos e importantes, por lo menos para nosotros. Somos una generación que ha podido observar gracias a Internet recónditos de la realidad que habían sido ignorados por muchos de nuestros antepasados. Hemos vivido la sociabilidad de modo casi enfermizo en nuestras ciudades, y muchos hemos tenido la suerte de descubrir a nuestro individuo como algo increíble, potente, digno de admiración y culto. Hemos tenido la oportunidad de conocer gente completamente distinta e inesperada, al igual que gente con la que compartimos tanto que nos asusta.

          Es normal que hayamos sentido cierto miedo, cierta incomprensión hacia el medio. Se podría decir que estaba casi determinado el tomar la actitud de mentir a los demás para hacerles bien. Pero ya está bien. Hemos de crear algo único, irrepetible, algo digno de estudio y análisis. El histrionismo estará patente en ello, pero no puede ser el personaje principal. No debemos fingir para poder ser, o no habrá nada que estudiar en nosotros.