El espacio en su componente ideal, y
con ésto me refiero a la generación del mismo desde el plano imaginario, tiene una componente completamente ideológica. La misma
palabra 'meta' o 'destino' nos permite intuir como todo este plano de
ambiciones se mueve en lo meramente espacial: uno desea
principalmente llegar a tal cosa, mientras que cuándo se consiga
suele relegarse a un segundo plano. Así, creamos espacios
imaginarios y los convertimos en nuestros objetivos. Encontramos aquí
un primer problema, quizá de vital importancia en lo referente a los
deseos: lo espacial sí es algo tangible y real que no puede
compararse con nuestra sustancia pensante, y así como jugábamos con el tiempo y nuestra experiencia, no se puede hacer del mismo modo con
el espacio.
Generamos ideas que buscan crear un
espacio físico que emule nuestros mismos deseos. Necesitamos de esa
base Real para poder considerar como ciertos nuestros anhelos. Uno se
da cuenta rápido de cómo ésto causará, más pronto o más tarde,
toda una serie de problemas inherentes al mismo planteamiento: no
estás creando una idea abstracta dónde pueda caber todo un conjunto de
situaciones que proporcionarán una felicidad, sino que al contrario,
creas un sólo elemento excluyendo a todos los demás, creas una idea no-Abstracta. Estas ideas no-Abstractas deben ayudarnos a funcionar
en la inmediatez del presente, no en la planificación del futuro, ya
que este último es múltiple y desconocido, y necesitamos de ideas
abiertas que engloben el máximo número de posibilidades, al contrario
del presente que es fijo e inamovible, dónde necesitamos una idea
clara que lidie con esa realidad inmediata.
La rigidez de lo físico es
incompatible con la naturaleza del deseo. Si bien esa idea,
llamémosla espacial, es sólo una manera de entender el deseo en sí,
es cuestión de tiempo que acabe convirtiéndose en el deseo mismo,
eliminando así todo el entorno de situaciones que también suponían
un deseo, reduciéndose así a un sólo punto, a una sóla situación.
Vemos aquí como ha ocurrido algo bastante común en nuestra
experiencia cotidiana: estoy hablando de la Idealización. Si bien
todo empezó como la búsqueda de algo que nos hiciese felices,
acabamos convirtiendo esa herramienta de la abstracción espacial en
la felicidad misma. Olvidamos que utilizamos esa situación como
simple ejemplo de otras muchas que pudiesen habernos hecho felices, y
acabamos creyendo que tan sólo ésa será la que podrá
realizarnos.
Hay que evitar este reduccionismo en
el mundo de los deseos. Tenemos que entender que nuestro rango para
disfrutar de situaciones es mucho más amplio que aquel que hemos
imaginado como las situaciones que podríamos disfrutar. Estas
situaciones son sólo ejemplo de un espacio mucho más grande, una
selección aleatoria, quizá más o menos representativa, pero jamás
el conjunto completo. Entender de este modo las ideas que
consideramos como ambiciones nos ayudará a entender que es lo común
de todas ellas, y en definitiva, aceptar que son más las situaciones que nos aportarán en un futuro felicidad.