lunes, 26 de septiembre de 2011

La descomposición de la existencia

          La verdad que se esconde tras los hechos cotidianos del día a día es la que de verdad asusta. Aun así a todos nos preocupa saber qué ocurre. Guardamos siempre cierta esperanza. Pero no hay mayor verdad que la siguiente: todo se descompone. Miles de nodos de la red existencial sucumben a su destino, o empiezan a funcionar cada vez peor. No hay mas futuro que un futuro peor. Estamos sujetos a la entropía como entes físicos que somos.

          Cualquier cosa está unida a su respectiva linea de tiempo, y esta tan solo avanza en una dirección. No es ningún hallazgo a nivel espistemológico, pero acojona. Nos deja en pañales.

          Parece difícil en tal paradigma guardar cualquier tipo de optimismo, esperar algo de una realidad que no hace más que empeorar. El ser humano, sin embargo, es irracional por naturaleza, y se aferra a la esperanza de que alguna fuerza superior los rescatará de tan súbita decadencia: una relación, una revolución, un cambio, unas elecciones, un Dios... Pero nunca en uno mismo.

          Así avanza su lenta pero continua agonía. Y es que no cabe mejor postura que el pesimismo (qué no abandono) en aras de evolucionar a nihilismo. La inmolación es la única fuerza que nos empuja en el mismo sentido que la existencia. Es la energía esencial que necesitamos para nuestra liberación y evolución personal.

          Una completa aceptación de la realidad a pesar de elaborar una constante crítica de la misma, crearía una generación de individuos capaces de discernir sobre ella. Pero nunca se podrá hablar de un sistema, de una forma de hacer las cosas, si se esta metido de pleno en ella.

          La gente se inmiscuye en supuestos, hipótesis, mentiras, falacias; recurre al insulto, a la retórica fácil, a la disyunción, al odio; y termina creando nada más que malas políticas, moralinas y estupideces. Y con este gazpacho tan español uno se enfrenta a la vida, considerando aun que la tiene bien fundamentada, "atada y bien atada"; que si no por unos, por otros, las cosas acabarán por funcionar bien.

          Todo con un único fin: sentirse lo mejor posible en una realidad que se deshace, donde se convive con otra gente que también desaparece. Es crearse su colchón metafísico donde caer cuando todo acabe. Es generar su propia y genial mentira. Su agonía es no poder ser como quisieran, no poder ostentar lo que desearían; es guardar unas formas en las que no creen por la simple comodidad de no crear unas nuevas. Dado que no saben enfrentarse a la verdad que se les ha planteado, no pueden crear un sistema óptimo con el que desarrollarse en ella.

          Pero no seremos nosotros los culpables de que todo se descomponga. Nunca lo aceptamos cuando la culpa es nuestra: todo lo ha generado el sistema, el anterior sistema, o el antisistema; el mal del otro no es mi mal, ya que no lo comparto. En caso de que no fuese así, mi mal estaría justificado. Hay víctimas y verdugos, y se es incapaz de establecer un término diferenciado objetivo que generase una partición de valores positivos y negativos, tal que sólo nos queda la guerra. Guerra por aquí, guerra por allá; por una razón, por otra; social, individual, personal, gregaria, espiritual, modular, de guerrillas... No nos queda más que la discordia entre hermanos.

          Ni si quiera debería mencionar que esto no es alegato a la violencia, pero me veo obligado a recordar que si no nos gustan las conclusiones, habrá que cambiar las premisas. Y nunca al contrario, señores ciudadanos.

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