martes, 14 de octubre de 2014

Costumbrismo onírico

Milhály Vig - Valuska


          Al igual que los acordes de piano que ahora se escuchan, al igual que las notas suenan suave y mágicamente, los días se deslizan por la Historia. Y no hay nada de trágico en ello. Visto en perspectiva, todo es bonito. Algo así pasa con los sueños; con los buenos sueños, por lo menos.

          Hoy soñé con la Muerte, con la Muerte de seres cercanos y queridos. Lloré en mi cama, en mis sueños, y sentí el peso de la Realidad, más pesado que nunca. Pero también soñé con la Esperanza, con el Recuerdo, con la Emoción; y por supuesto, con el Amor: con el Amor trascendente mirando al horizonte por encima de los pinos en mi balcón. Con el Amor pidiéndome Paciencia, con la Paciencia otorgándome el Amor. Quise llegar a morir en mi sueño de tristeza, del mismo modo que después quise morirme de felicidad. La vida, me imagino, debe ser algo así, si se pudiese despertar de ella. En perspectiva debe dejarnos tan sólo ese sentimiendo de lo extraordinario, más allá del bien y del mal.

          No sé como se desarrollará todo, y ojalá que lo supiésemos. Pero tampoco anoche cuando me acosté pensaba que pudiese tener tales visiones oníricas, y tampoco mientras soñaba era consciente de que aquello me haría sentir como tal. Triste es refugiarse en los sueños, y años más duros me ha hecho pasar esa postura, pero se trata de algo distinto: no es querer sustituir la Vida por la onírica, ni considerar ésta peor que la otra; se tratá de entender la magnitud de la vida misma, que a veces olvidamos, a través del Sueño, que se nos muestra tan espectacular y mágico como, en el fondo, la Vida también es. Del mismo modo que no sabes qué soñarás esta noche, quizá mañana se resuelva todo.

          Y nunca hablé de grandes sueños, dónde se anda sobre la superficie del Sol o se conquistan grandes ciudades. No, y nunca los tuve. Los sueños de verdad son los que evocan a la realidad en su plano más simple, en el de las acciones cotidianas, en el costumbrismo más puro. Comprar el pan, llegar a clase, coger un tren: éstos son los que son capaces de hacernos entender la futilidad y la grandeza del día a día. Aunque continua, la existencia no tiene porque dejar de ser brusca y ésta puede hacernos tambalear. Aunque cotidianos, en nuestros días se esconden las mayores perlas, como en nuestros sueños.

1 comentario:

  1. Diana Dinivìtzer29 de abril de 2015, 3:15

    es que cuando se puede lograr placer en lo cotidiano, cuanto uno se lo permite, o los demàs lo permiten, eso mismo empieza a convertirse en un cìrculo casi màgico

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