Al igual que los acordes de piano que ahora se escuchan, al igual que las notas suenan suave y mágicamente, los días se deslizan por la Historia. Y no hay nada de trágico en ello. Visto en perspectiva, todo es bonito. Algo así pasa con los sueños; con los buenos sueños, por lo menos.
Hoy soñé con la Muerte, con la
Muerte de seres cercanos y queridos. Lloré en mi cama, en mis
sueños, y sentí el peso de la Realidad, más pesado que nunca. Pero también
soñé con la Esperanza, con el Recuerdo, con la Emoción; y por supuesto,
con el Amor: con el Amor trascendente mirando al horizonte por encima
de los pinos en mi balcón. Con el Amor pidiéndome Paciencia, con la
Paciencia otorgándome el Amor. Quise llegar a morir en mi sueño de
tristeza, del mismo modo que después quise morirme de felicidad. La
vida, me imagino, debe ser algo así, si se pudiese despertar de
ella. En perspectiva debe dejarnos tan sólo ese sentimiendo de lo
extraordinario, más allá del bien y del mal.
No sé como se desarrollará todo, y ojalá que lo supiésemos. Pero
tampoco anoche cuando me acosté pensaba
que pudiese tener tales visiones oníricas, y tampoco mientras soñaba
era consciente de que aquello me haría sentir como tal. Triste es
refugiarse en los sueños, y años más duros me ha hecho pasar esa
postura, pero se trata de algo distinto: no es querer sustituir la Vida
por la onírica, ni considerar ésta peor que la otra; se tratá
de entender la magnitud de la vida misma, que a veces olvidamos, a
través del Sueño, que se nos muestra tan espectacular y mágico
como, en el fondo, la Vida también es. Del mismo modo que no sabes
qué soñarás esta noche, quizá mañana se resuelva todo.
Y nunca hablé de grandes sueños,
dónde se anda sobre la superficie del Sol o se conquistan grandes
ciudades. No, y nunca los tuve. Los sueños de verdad son los que
evocan a la realidad en su plano más simple, en el de las acciones
cotidianas, en el costumbrismo más puro. Comprar el
pan, llegar a clase, coger un tren: éstos son los que son capaces de
hacernos entender la futilidad y la grandeza del día a día. Aunque
continua, la existencia no tiene porque dejar de ser brusca y ésta
puede hacernos tambalear. Aunque cotidianos, en nuestros días se
esconden las mayores perlas, como en nuestros sueños.
es que cuando se puede lograr placer en lo cotidiano, cuanto uno se lo permite, o los demàs lo permiten, eso mismo empieza a convertirse en un cìrculo casi màgico
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