¿Qué nos otorga la finitud del
presente? No hablo de la evidente realidad que se cierne sobre
nosotros que es la muerte, sino de un concepto mucho más cotidiano
de finito que experimentamos diariamente, en cada evento, en cada
conversación, en cada relación: el tiempo es lineal, se mueve a
través del eje X, por lo tanto cada fragmento, cada estado, cada
momento de tu vida se puede dividir en intervalos cerrados y
acotados. Más allá de la jerga matemática, quiero explicar que
durante el transcurso de nuestra vida todo tiene principio y final;
todo es finito, no sólo la vida en sí; todo nace y todo muere en
nuestras vidas; no sólo nosotros mismos somos mortales, sino también
todo aquello que nos concierne.
Existe este famoso pensamiento, para
muchos conocido de la mano de Brad Pitt en Troya de Wolfgang
Petersen, de que lo mortal nos permite disfrutar de la experiencia
dado que en cualquier momento ésta se puede acabar. Si bien es
cierto, y podemos intuir cierto hastío en la experiencia infinita,
no podemos olvidar lo que conlleva: quedarnos con una y sólo una de
las miles de oportunidades que ofrecía un momento y un lugar. Este
último pensamiento tampoco es nuevo, Bergson ya era consciente de lo
mucho que perdíamos al elegir una de entre las miles de
posibilidades que la vida ofrecía; y ya no hablamos del concepto abstracto de la vida misma, sino en qué decirle a esa chica, qué escribir en esa carta, cómo hacer ese viaje. Sin embargo, en lo que yo
quisiera hacer cierto hincapié, es en el actual deseo de esa misma
elección de la única posibilidad entre todas las demás, en esa
realización tangible de la vida misma. En definitiva, esa pasión
por la libertad que se convierte a la vez en nuestra carcelera.
Si bien la finitud, obligándonos a
elegir de entre lo infinito, nos entregaría de este modo la
libertad, nos entrega también con ella
el cómo operar en dicha toma de decisiones; y es que no podemos
concebir la libertad sin razón, la cual se nos es dada para poder
optimizar justamente esa elección que nos hace humanos, que nos
imbuye en la finitud cotidiana y absoluta.
¿En qué nos convertimos entonces?
Teniendo que lidiar con la continuidad de nuestras vidas, donde cada
paso supone una elección, no somos sino esclavos de la optimización,
esclavos de la razón: tenemos que encontrar la forma óptima de
estudiar, de leer, de amar, porque llegará el momento en el cual no
puedas hacer todas esas cosas. Terminamos siendo esclavos de la
propia opción, esclavos de la libertad. La finitud no nos obliga sino a
sacrificar todo en pro de dicha libertad, con el deseo de poder
optimizar la realidad; de no pudiendo tener el Todo de la existencia,
poder al menos conseguir la mejor de las posibles, y es la razón
quién elige con cual debemos quedarnos.
¿Serían los Dioses libres? Y con ésto
me pregunto si tienen más de una manera de actuar dentro de su
infinitud. Siendo eterno e imperecedero no hay ninguna razón, en su
sentido último, dado que no hay ninguna necesidad de optimizar nada,
pues se es todo y siempre. No hay necesidad de elegir, pues se vive
el momento tal y como se es dado, respondiendo de manera directa y
sin filtros. Podría parecer que ésto simboliza la libertad
absoluta, cuando no podría ser más incorrecto: sólo se actúa de
una manera dada una situación, y se trata de la respuesta pura, de
la esencia del momento mismo. Los Dioses no son libres, pero son
puros.
¿Pero qué más nos transmite el
infinito? Si hemos hablado de Dioses, podemos hablar entonces de
Divinidad, de Absoluto, en definitiva, del Arte. El Arte es el
concepto del infinito plasmado en nuestra realidad finita, lo puro en
lo libre.
Al final, ¿qué es lo puro? ¿Qué
ansiamos de la Divinidad que a la vez nos asusta tanto por su
componente infinita? La no capacidad de elección, que tiene a su vez
ese tinte de libertad absoluta, de destiladora de la realidad misma.
Lo bello es lo que no es libre pero a su vez es en sí mismo, no
adulterado por nada más.
¿Y qué tenemos como máxima
representación de ésto? Qué, si no el Amor.
Leer esto hoy me ilumina. Al mismo tiempo me alivia que me entristece. Pero en fin, eso tampoco es tan importante, más importante para mi ahora es entender el no-Abstracto de la situación, el hecho en sí (no la idea), y disfrutarlo como finito que es. Desde mis frías y húmedas tierras te mando un fuerte abrazo.
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