domingo, 27 de mayo de 2012

Educación y madurez

          ¿Hasta dónde vale la pena seguir luchando? Somos animales y nuestras energías menguan, se agotan con el paso del tiempo. Todavía es pronto para decirlo, pero los años son una realidad más que vigente, y uno ya no goza del ímpetu o la ignorancia primera de la adolescencia. El idealismo, la batalla feroz contra lo indeseado, lo cambiante de nuestra personalidad... Todo éso pasa, en mayor o menor grado, y queda sustituido por la tranquilidad o el sosiego de la madurez. Nuestra realidad cambia, y pasa a ser otra más tranquila, monótona, sin altibajos. Aceptar lo que eres y a los demás, principalmente. ¿Por qué?

          La educación que nos ofrecen nuestros padres conforman un primer marco de lo que sería nuestra existencia. Aprendemos a recibir y tratar la realidad según unas pautas y cánones que nos son transmitidos a través de ellos. Es importante saber valorar las enseñanzas de nuestra familia. Ahora bien, jamás hay que olvidar quienes son nuestros padres, y que al igual que nosotros, son personas, con sus manías, sus problemas y sus visiones idiosincrásicas de la vida.

          La idea primera que nuestros padres nos otorgaron de la vida ha de cambiar, evolucionar con el paso de los años. No estancarse en los conceptos que decidieron mejores para tu educación es vital para poder acceder a todo aquello que tus padres no tuvieron la suerte de poder: has de mejorar el material bruto que te dan tus padres.

          Ésto es algo que todos compartimos: una familia, sus ideas, manías y dificultades. Más tarde entra en juego un factor más ligado al ambiente, al lugar de procedencia del individuo: su ciudad, su pueblo, su colegio, sus amigos... Todo ésto, sin ser parte de una enseñanza tan directa como la que conforma la familia, juega un papel indispensable en lo que supone el choque de distintos paradigmas y situaciones en esta vida: toda persona, al igual que uno mismo, ha tenido unos padres que le han enseñado qué está bien y qué está mal. Da igual que se viva en una misma cultura, población o gente con un determinado tipo de vida, dichas enseñanzas podrán diferir unas de otras tanto como tipos de personas hay. La enseñanza recibida por parte de los padres siempre estará más o menos presente, en función de la independencia de la persona.

          Así pues el problema de la personalidad transmigra al problema educacional, y más tarde forma un papel indispensable a la hora de la creación de un paradigma individual. Hay que ser conscientes de cómo las personas estamos empapadas de un sesgo cognitivo u otro, debido a nuestra educación, y que como individuos siempre hay que estar atentos para evitar caer en los mismos errores del pasado. Nuestros padres no estarán de acuerdo con muchas de las cosas que hagamos, pero en su mayoría por una falta de comprensión o comunicación. Todos somos hijos de alguien, y hemos mejorado la especie con nuestra existencia. Pero sólo los mejores son capaces de tener hijos y crear con ellos algo mejor que lo que precede.

          En la relación con los demás se hacen patentes estas diferencias de base entre unos y otros. Mientras un determinado grupo de personas carece de un conjunto de habilidades que tú puedes considerar primordiales, a ojos de otro observador le puede parecer correcto y suficiente su compendio de capacidades.

          Ya no tiene que ver con el individuo, su evolución o su personalidad, sino con aquello que le forma desde la base, desde un punto de vista inconsciente, que quizá incluso ellos desconocen. La educación recibida subyace a todas las ideas y actitudes que podamos tomar, y si no se controla, pasan a ser las ideas y actitudes en si mismas, sin poder nosotros elegir qué es mejor para nosotros o qué tipo de cosas nos gustaría hacer o juzgar. Cuando la gente se abandona a lo aprendido, a la base que ha recibido durante toda su vida, se vuelve incapaz de evolucionar, de comprender e interiorizar nuevas formas, ideas o conceptos. Es más difícil la evolución cuando se ha encontrado un nicho donde vivir. Por eso el crecimiento implica cierta tranquilidad, pues habiendo encontrado una forma de vivir que nos ha permitido sobrevivir, ¿por qué íbamos a experimentar cosas nuevas?

          Hay que tener cuidado en cómo nos relacionamos con el resto, sabiendo siempre valorar de donde viene cada persona y qué vida puede haber tenido. Cerrarse frente a los nuevos estímulos y vivencias puede ser uno de los pocos factores negativos de la madurez. Hemos de evitar sentirnos con esa plenitud en las formas, jamás considerar que hemos encontrado un nicho social lo suficientemente bueno, pues sólo significará que nuestros sesgos han tomado el completo control de nosotros.

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